El sábado 25 de abril de 1998, 4.600 hectáreas de la cuenca del río
Guadiamar en Aznalcóllar (Sevilla) amanecieron cubiertas de aguas ácidas
y lodos procedentes de desechos que se almacenaban en una balsa minera. La rotura de la presa
vertió 4,5 millones de hectómetros cúbicos de desechos con una alta
concentración de cinc y arsénico, puro veneno para la tierra, la
vegetación y la fauna de la zona.
El vertido se había llevado también por delante más de 200 fincas agrarias y la actividad minera que sustentaba buena parte de la economía de Aznalcóllar y su comarca.
Se construyeron tres diques con los que se consiguió desviar el cauce del río y alejar del parque natural las aguas contaminadas. Después, vinieron más de tres años de trabajo para retirar el lodo y limpiar las tierras contaminadas, una labor en la que las administraciones se dejaron guiar por un comité de científicos. Y, por último, una tarea no menos compleja: regenerar ambiental y económicamente la zona.
El vertido se había llevado también por delante más de 200 fincas agrarias y la actividad minera que sustentaba buena parte de la economía de Aznalcóllar y su comarca.
Se construyeron tres diques con los que se consiguió desviar el cauce del río y alejar del parque natural las aguas contaminadas. Después, vinieron más de tres años de trabajo para retirar el lodo y limpiar las tierras contaminadas, una labor en la que las administraciones se dejaron guiar por un comité de científicos. Y, por último, una tarea no menos compleja: regenerar ambiental y económicamente la zona.
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